En sus enseñanzas el Buda nunca habló de los humanos como personas que existen en alguna forma fija o estática. En lugar de ello nos describió como una serie de cinco procesos cambiantes: los procesos del cuerpo físico, de los sentimientos, las percepciones, las respuestas, y el flujo de conciencia que los experimenta a todos. Nuestro sentido del yo surge cada vez que nos apegamos a estos patrones o nos identificamos con ellos. El proceso de identificación, de seleccionar patrones para llamar el yo, a mí, a mí mismo, es sutil y suele ocultarse ante nuestra conciencia. Podemos identificarnos con nuestro cuerpo, con nuestros sentimientos o pensamientos; podemos identificarnos con imágenes, patrones, papeles y arquetipos.
Así, en nuestra cultura podemos establecernos e identificarnos con el papel de ser una mujer o un hombre, padres o infantes. Podemos considerar que nuestra historia familiar, nuestra genética y nuestra herencia son quienes somos. A veces nos identificamos con nuestros deseos: sexuales, estéticos o espirituales. De la misma manera podemos enfocarnos en nuestro intelecto o tomar un signo astrológico como una identidad. Podemos elegir el arquetipo del héroe, el amante, la madre, el que nunca hace nada bien, el aventurero, el payaso o el ladrón como identidad propia, y vivir un año o toda una vida con base en ello. A medida que nos apegamos a estas falsas identidades tenemos que protegernos y defendernos continuamente, luchar para completar lo que en ellas hay de limitado o deficiente, temer su pérdida.
Y, sin embargo, no son nuestra verdadera identidad. Un maestro con el que estudié solía reírse de lo fácil y lo común que nos resulta apegarnos a nuevas identidades. Respecto a su carencia del yo, él decía: “No soy nada de eso. No soy este cuerpo, así que nunca nací y nunca moriré. No soy nada y lo soy todo. Sus identidades son la causa de todos sus problemas; descubran lo que hay más allá de ellas, la dicha de lo atemporal, lo inmortal”.
Texto de JACK KORNFIELD